CRÓNICA SOBRE LA IMPORTANCIA DEL CARRANCIO EN NUESTRAS TRADICIONES DE FIN DE AÑO
Y no es que la navidad sea mala, lo que pasa es que con el cuento del carrancio, carrancho o año viejo, vienen los mejores recuerdos de las despedidas del año acompañadas con Escalona, uvas verdes, maletas vacías, lentejas a granel y vino blanco pasado por champaña.
La historia del año viejo la viví de nuevo anoche cuando salía del trabajo con un reten de niños que con cabuya atravesada mostraban al Pibe Valderrama disfrazado con una camiseta de la selección Colombia manchada con pintura, y un letrero de cartón que decía: Nos haces falta pa´l mundial.
Para diciembre entre todos los vecinos decidíamos a quien íbamos a quemar el treintayuno. Cada quien proponía, con frase en mano, al político, al empresario, al deportista, al presidente (que siempre fue, es y será una buena opción) o a la profesora del colegio que nadie quería; y por decisión democrática se llegaba al año viejo.
Mientras la logística avanzaba en la búsqueda del pantalón sin correa, la camiseta rota de alguien parecido al escogido, zapatos con mal olor y medias de colores básicos, los adultos discutían sobre la seguridad de los niños y el manejo de la pólvora, con una conclusión que era siempre la misma como en televisión: niños con adultos responsables. En realidad todos queríamos echar al olvido todas las penas el 31 de diciembre con el último y tímido estallido de una pañoleta, piña, martinica o trueno, incluyendo a las mamás que desde lejos se dedicaban a la cocina navideña.
Durante tres semanas el barrio en pleno comenzaba a recolectar aportes para inflar al quemao con pólvora, aserrín en cantidades insospechadas, tela, mecha y por supuesto gasolina.
En realidad todos queríamos echar al olvido todas las penas el 31 de diciembre con el último y tímido estallido de una pañoleta, piña, martinica o trueno
En algunos barrios, pobres en plata pero ricos en felicidad, hacían retenes como el que me encontré anoche, para poder conseguir los recursos para el carrancio.
La semana anterior al final del año, nos reuníamos para meter todo lo recogido en cabeza, brazos, piernas, cintura, pies, armando un muñeco de trapo en el que cada quien escogía su parte y le metía hasta que no diera más. Era un trabajo en equipo coordinado por un adulto quien acomodaba la pólvora para que no se quedara nada sin estallar.
El día esperado llegaba. El muñeco sentado en una silla, rota, era el protagonista en la mitad de la calle. Inmerso, inmóvil por supuesto, era un sujeto que debía perecer pasadas las 12 del 31. No faltaba el borracho que le ponía una botella al lado o la señora, borracha también, que le daba un beso.
Luego de los abrazos y los buenos deseos, las familias en pleno salían no más lejos que su jardín a ver como se quemaban sus penas. Dos adultos prendían al año que se iba, al año que ya era viejo. El estruendo era meritorio para quienes habíamos colaborado. Todos mirábamos el espectáculo pero cada quien estaba pendiente de su parte, donde había colaborado. Eran 30 minutos de fiesta donde el quemao hacía su show.
Luego dormíamos con el fastidioso olor a pólvora que nos hacía felices, un poco enfermos de repente, pero felices. Al otro día muchos nos levantábamos a ver los escombros del año viejo, también como rito, para ver si nos encontrábamos pólvora para estallar el primero.
Anoche pude ver la navidad, los parques iluminados, los niños, las luces, los niños detrás de las luces, las mamás detrás de los niños, los perros detrás de las mamás, todos corriendo detrás del sueño navideño.
Yo no tengo más excusas, me iré para Cenfer a ver la navidad, pero a poner lo que más me gusta de ella: el año viejo. Regresar a titulares http://www.bersoa.blogspot.com/ o Inicio www.bersoa.com/
Y no es que la navidad sea mala, lo que pasa es que con el cuento del carrancio, carrancho o año viejo, vienen los mejores recuerdos de las despedidas del año acompañadas con Escalona, uvas verdes, maletas vacías, lentejas a granel y vino blanco pasado por champaña.
La historia del año viejo la viví de nuevo anoche cuando salía del trabajo con un reten de niños que con cabuya atravesada mostraban al Pibe Valderrama disfrazado con una camiseta de la selección Colombia manchada con pintura, y un letrero de cartón que decía: Nos haces falta pa´l mundial.
Para diciembre entre todos los vecinos decidíamos a quien íbamos a quemar el treintayuno. Cada quien proponía, con frase en mano, al político, al empresario, al deportista, al presidente (que siempre fue, es y será una buena opción) o a la profesora del colegio que nadie quería; y por decisión democrática se llegaba al año viejo.
Mientras la logística avanzaba en la búsqueda del pantalón sin correa, la camiseta rota de alguien parecido al escogido, zapatos con mal olor y medias de colores básicos, los adultos discutían sobre la seguridad de los niños y el manejo de la pólvora, con una conclusión que era siempre la misma como en televisión: niños con adultos responsables. En realidad todos queríamos echar al olvido todas las penas el 31 de diciembre con el último y tímido estallido de una pañoleta, piña, martinica o trueno, incluyendo a las mamás que desde lejos se dedicaban a la cocina navideña.
Durante tres semanas el barrio en pleno comenzaba a recolectar aportes para inflar al quemao con pólvora, aserrín en cantidades insospechadas, tela, mecha y por supuesto gasolina.
En realidad todos queríamos echar al olvido todas las penas el 31 de diciembre con el último y tímido estallido de una pañoleta, piña, martinica o trueno
En algunos barrios, pobres en plata pero ricos en felicidad, hacían retenes como el que me encontré anoche, para poder conseguir los recursos para el carrancio.
La semana anterior al final del año, nos reuníamos para meter todo lo recogido en cabeza, brazos, piernas, cintura, pies, armando un muñeco de trapo en el que cada quien escogía su parte y le metía hasta que no diera más. Era un trabajo en equipo coordinado por un adulto quien acomodaba la pólvora para que no se quedara nada sin estallar.
El día esperado llegaba. El muñeco sentado en una silla, rota, era el protagonista en la mitad de la calle. Inmerso, inmóvil por supuesto, era un sujeto que debía perecer pasadas las 12 del 31. No faltaba el borracho que le ponía una botella al lado o la señora, borracha también, que le daba un beso.
Luego de los abrazos y los buenos deseos, las familias en pleno salían no más lejos que su jardín a ver como se quemaban sus penas. Dos adultos prendían al año que se iba, al año que ya era viejo. El estruendo era meritorio para quienes habíamos colaborado. Todos mirábamos el espectáculo pero cada quien estaba pendiente de su parte, donde había colaborado. Eran 30 minutos de fiesta donde el quemao hacía su show.
Luego dormíamos con el fastidioso olor a pólvora que nos hacía felices, un poco enfermos de repente, pero felices. Al otro día muchos nos levantábamos a ver los escombros del año viejo, también como rito, para ver si nos encontrábamos pólvora para estallar el primero.
Anoche pude ver la navidad, los parques iluminados, los niños, las luces, los niños detrás de las luces, las mamás detrás de los niños, los perros detrás de las mamás, todos corriendo detrás del sueño navideño.
Yo no tengo más excusas, me iré para Cenfer a ver la navidad, pero a poner lo que más me gusta de ella: el año viejo. Regresar a titulares http://www.bersoa.blogspot.com/ o Inicio www.bersoa.com/